La inmigración en Catalunya y los mercados ‘electorales’ - El discurso y la irregularidad de los inmigrantes
La inmigración en Catalunya y los mercados ‘electorales’
Los sociólogos que asesoran al PP se equivocan de laboratorio. Han ido a experimentar en Catalunya la “química del rechazo al inmigrante”, pero la cultura que, desde hace un siglo, ha dominado allí ha sido la de la cohesión social. Los mercados electorales están tratando de ahondar la crisis económica con una crisis de integración. Al parecer, les conviene atracar el único banco que dispone de liquidez para hacer frente a la desestruturación. Ese depósito no es otro que la sociedad civil de Catalunya y su recurso más preciado es el vínculo social.
Los mercados electorales también tienen nombre y vale la pena hacerlo público. En primer lugar está el PP, que saquea más a la siniestra que a la diestra. Se dirige, preferentemente, a los graneros de la izquierda en el cinturón industrial barcelonés, aunque no olvida a los municipios interiores afectos al catalanismo conservador. En una campaña a lo Le Pen, propone un decálogo de malos mandamientos con el fin de desvincular el voto obrero del área metropolitana de su propia historia de emigrantes.
Unió Democrática ha irrumpido en el mercado electoral alertando sobre la desnaturalización que sufre Catalunya, presa de la natalidad extranjera. Su arenga a las “mujeres catalanas” para que aumenten su fecundidad choca con el Sistema Catalá de Reproducció (Anna Cabré), con el retrato sociológico de Els altres catalans que hizo Francisco Candel y con las consideraciones políticas del Jordi Pujol que escribió La inmigració, problema i esperança de Catalunya. No es la sangre, sino la convivencia y la igualdad de oportunidades las que producen catalanes de bien. Por eso, diferenciar a las madres según el lugar de origen y menospreciar la procreación es un error que desafilia a los futuros catalanes.
La sociedad catalana se ha edificado a hombros de los forasteros. Durante el primer tercio del siglo XX, el trabajo atrajo a valencianos y murcianos; luego, en los sesenta, acudieron los andaluces y extremeños y, ahora, en la primera década del siglo XXI, llegan marroquíes y suramericanos. Es verdad que integrar a más de un millón de nuevos catalanes es una tarea que requiere memoria, capital y tiempo. Por eso el electoralismo, en su versión populista o etnicista, desvalija el banco de solidaridad y ciudadanía en el que tienen puestos sus ahorros las generaciones de catalanes.
Los mercados electorales también tienen nombre y vale la pena hacerlo público. En primer lugar está el PP, que saquea más a la siniestra que a la diestra. Se dirige, preferentemente, a los graneros de la izquierda en el cinturón industrial barcelonés, aunque no olvida a los municipios interiores afectos al catalanismo conservador. En una campaña a lo Le Pen, propone un decálogo de malos mandamientos con el fin de desvincular el voto obrero del área metropolitana de su propia historia de emigrantes.
Unió Democrática ha irrumpido en el mercado electoral alertando sobre la desnaturalización que sufre Catalunya, presa de la natalidad extranjera. Su arenga a las “mujeres catalanas” para que aumenten su fecundidad choca con el Sistema Catalá de Reproducció (Anna Cabré), con el retrato sociológico de Els altres catalans que hizo Francisco Candel y con las consideraciones políticas del Jordi Pujol que escribió La inmigració, problema i esperança de Catalunya. No es la sangre, sino la convivencia y la igualdad de oportunidades las que producen catalanes de bien. Por eso, diferenciar a las madres según el lugar de origen y menospreciar la procreación es un error que desafilia a los futuros catalanes.
La sociedad catalana se ha edificado a hombros de los forasteros. Durante el primer tercio del siglo XX, el trabajo atrajo a valencianos y murcianos; luego, en los sesenta, acudieron los andaluces y extremeños y, ahora, en la primera década del siglo XXI, llegan marroquíes y suramericanos. Es verdad que integrar a más de un millón de nuevos catalanes es una tarea que requiere memoria, capital y tiempo. Por eso el electoralismo, en su versión populista o etnicista, desvalija el banco de solidaridad y ciudadanía en el que tienen puestos sus ahorros las generaciones de catalanes.
Por Antonio Izquierdo, catedrático de Sociología.
El discurso y la irregularidad de los inmigrantes
Los discursos sobre la inmigración irregular van por un lado y las políticas, por otro. En período electoral, y más aún cuando no se gobierna, la distancia entre la proclama y la acción aumenta en demasía. Al que manda se le piden resultados y, por el contrario, el oponente parece tener la solución adecuada. ¿Cómo formarse una opinión? Un método es el de someter la declaración presente a la prueba de los hechos pasados. Hagamos una prueba retrospectiva entre 2000 y 2007; es decir, comparemos los discursos y los resultados de los gobiernos mientras la economía crecía.
El segundo gobierno del PP planteó un enfoque proteccionista, si bien practicó una política permisiva para los latinoamericanos y restrictiva para los marroquíes. El flujo anual de altas de residencia en los municipios se cuadruplicó a lo largo de la legislatura y el depósito de empadronados llegó a duplicar al de residentes legales. La tasa de concesiones en las dos regularizaciones fue baja y la estabilidad legal de los legalizados resultó efímera de modo que, al final del mandato, la proporción de irregulares alcanzó el nivel máximo. Su política se apoyó en un discurso sobre la capacidad de acogida del mercado (formal), mientras suministraba mano de obra para la economía sumergida.
Por su parte, el primer gobierno del PSOE actuó primero sobre la irregularidad interna mediante la normalización y luego, tras la crisis de los cayucos en 2006, se empleó a fondo en el control de ese flujo pero no consiguió disminuir el volumen total de las entradas. De hecho, y debido principalmente a la inmigración rumana, las altas municipales de extranjeros llegaron al punto más alto en el año previo a la crisis. En otras palabras, tuvo éxito en la disminución de la irregularidad interna y europeizó la inmigración. Su discurso abundó en la idea de los beneficios económicos y la escasa rivalidad en el mercado laboral entre nativos e inmigrantes.
Los dos gobiernos fallaron en la regulación de las entradas, aunque actuaron con criterios distintos respecto del origen nacional. En la etapa popular, el discurso estigmatizó el aumento interno de la irregularidad, mientras que durante el gobierno socialista primero se normalizó y luego se contuvo. Ahora, en la crisis, los discursos que producen irregularidad son más político-culturales: el ataque al Padrón y la imposición del “contrato de integración”.
El segundo gobierno del PP planteó un enfoque proteccionista, si bien practicó una política permisiva para los latinoamericanos y restrictiva para los marroquíes. El flujo anual de altas de residencia en los municipios se cuadruplicó a lo largo de la legislatura y el depósito de empadronados llegó a duplicar al de residentes legales. La tasa de concesiones en las dos regularizaciones fue baja y la estabilidad legal de los legalizados resultó efímera de modo que, al final del mandato, la proporción de irregulares alcanzó el nivel máximo. Su política se apoyó en un discurso sobre la capacidad de acogida del mercado (formal), mientras suministraba mano de obra para la economía sumergida.
Por su parte, el primer gobierno del PSOE actuó primero sobre la irregularidad interna mediante la normalización y luego, tras la crisis de los cayucos en 2006, se empleó a fondo en el control de ese flujo pero no consiguió disminuir el volumen total de las entradas. De hecho, y debido principalmente a la inmigración rumana, las altas municipales de extranjeros llegaron al punto más alto en el año previo a la crisis. En otras palabras, tuvo éxito en la disminución de la irregularidad interna y europeizó la inmigración. Su discurso abundó en la idea de los beneficios económicos y la escasa rivalidad en el mercado laboral entre nativos e inmigrantes.
Los dos gobiernos fallaron en la regulación de las entradas, aunque actuaron con criterios distintos respecto del origen nacional. En la etapa popular, el discurso estigmatizó el aumento interno de la irregularidad, mientras que durante el gobierno socialista primero se normalizó y luego se contuvo. Ahora, en la crisis, los discursos que producen irregularidad son más político-culturales: el ataque al Padrón y la imposición del “contrato de integración”.
Por Antonio Izquierdo, catedrático de Sociología.
Comentarios