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Un nuevo populismo

Cuentan que James Joyce, cansado del debate nacionalista con sus compatriotas irlandeses, les sugirió que ya que no podían cambiar de país sí que podían cambiar de tema. Es difícil evadirse de la democracia de opinión y sustituirla por la democracia deliberativa, argumentada, respetuosa con las opiniones ajenas. Tras pasar unos días en la Castilla profunda, con la prohibición taurina en Catalunya por en medio, me parece que hemos alcanzado un punto en el que es imposible construir un discurso serio y cívico que supere las diferencias sobre cuestiones opinables, que todas son igualmente legítimas aunque no sean coincidentes.

La singularidad de Europa, de España y de Catalunya es que somos una multitud de pueblos, de lenguas, de culturas y de costumbres. El que haya cruzado Estados Unidos de norte a sur y de este a oeste sabe que encuentra la misma comida, una configuración semejante de las ciudades, un sentimiento patriótico común, todo es más o menos igual. La diferencia y la grandeza de Europa, decía Hans Magnus Enzensberger, es que si uno quiere abandonar su manicomio nacional, a sólo unos cientos de kilómetros o a dos horas de vuelo se encuentra con otro manicomio con manías y obsesiones diferentes pero igualmente obsesivas.

El éxito de la Unión Europea ha sido precisamente el de haber respetado y estimulado las diferencias nacionales para construir un proyecto en el que la diversidad es un valor añadido que permite a todos los socios encontrarse a gusto en un ámbito de respeto y reconocimiento mutuos.

No estamos en este momento procesal, ni en Catalunya ni en España. Nos hemos perdido el respeto en las relaciones mutuas y, lo que es más inquietante, vamos hacia un horizonte en el que no vamos a aceptar discrepancias ni en nuestro entorno más inmediato.

La democracia de opinión alimenta el discurso político que cada vez es menos sutil, menos humanista, más ramplón y más propio de iletrados. La política es imprescindible pero a menudo trasiega con mentiras, evasivas, estupideces y esquizofrenia, conceptos que se adueñan de quienes no tienen criterio propio sobre las cosas. Hay motivos para sospechar que estamos ante un nuevo populismo en el que la demagogia se abre paso hacia actitudes autoritarias que borran del mapa mediático a los discrepantes. Nada nuevo.

*de Lluís Foix en La Vanguardia

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